¿Qué son “Las Zonas”? ¿Hacia una nueva cultura política juvenil?: Reflexiones de un estudiante de Antropología y miembro activo de “las Zonas”.
Pulpines del mundo UNÍOS
Cinco marchas multitudinarias se dieron contra el Régimen Laboral Juvenil. La segunda se dirigió al centro financiero de San Isidro, específicamente a las puertas de la CONFIEP. Diversos jóvenes organizados alrededor de sus Universidades, colectivos, sindicatos y partidos políticos salieron a las calles exigiendo la derogatoria de la ley. Sin embargo, un fenómeno nuevo también se hizo presente: “Las Zonas”. Jóvenes de Lima y Callao formaron bloques ordenados por distritos y decidieron organizarse para discutir la naturaleza de este régimen laboral especial, así como para dar respuesta conjunta a la represión policial que habían sufrido en la primera marcha. La consigna general era la derogación del Decreto Legislativo.
"Las Zonas"
Las Zonas son 14 y cada una engloba alrededor de 2 a 5 distritos. La cercanía entre distritos no sólo es estratégica en sí misma por su carácter geográfico, sino por su carácter político y cultural. Son distritos que contienen historias relacionales a nivel de espacios y lugares compartidos como: parques zonales, playas, malls, plazas, avenidas, etc. De este modo, hay puntos geográficos de referencia que implican una identificación inmediata a nivel de convivencia en la vida cotidiana. Los puntos de encuentro para las asambleas suelen ser en espacios públicos que van rotando entre los distritos que integran cada “Zona”. De esta manera: plazas y parques pasan de ser espacios de la cotidianeidad a lugares donde se inscribe el quehacer político.
Si bien es cierto no es la primera vez que existen organizaciones barriales, las “Zonas” son un fenómenos nuevo, porque los debates se dan alrededor de la problemática laboral de los jóvenes, la situación del trabajo en general en el Perú, así como diversas problemáticas sobre derechos ambientales, etc. Las "Zonas” también se manifestaron en apoyo a Máxima Acuña y a las luchas que se dieron en Pichanaki, apoyo que se dio protestando frente a las empresas transnacionales Yanacocha (Newmont) y PlusPetrol. Los movimientos barriales por ocupación de tierras que se dieron los 70s y 80s fueron por la conquista de servicios básicos, una vez conquistados desaparecieron. Los partidos políticos hacen trabajo barrial, pero no significan un espacio de discusión importante más que en tiempo de elecciones. Así, surgen las “Zonas” como un espacio de discusión territorial alrededor de un tema laboral. Se combinan dos elementos: una identificación que parte desde lo geográfico y una identificación que parte desde la problemática del trabajo y de derechos. Tenemos así, según lo que plantea la antropóloga Gisela Cánepa, dos identidades que disputan el campo político: Una identidad ciudadana y una identidad de clase. La primera parte de la apropiación del espacio público para inscribir una demanda política, ya sea a partir de las marchas o a partir de las asambleas zonales. La segunda parte del auto-reconocimiento del joven trabajador (o estudiante) al encontrar que una ley le afecta: 1) Por ser joven y 2) Por ser trabajador asalariado o informal. Además, muchos jóvenes participaron a pesar de que la ley no les afectaba directamente, es decir, jóvenes de más de 24 años.
Identidades políticas
El tema del trabajo puede vincularse con una identificación de clase, pero identificación no en tanto un auto-reconocimiento “obrero” o “campesino”; sino más bien una identificación a partir de ubicar al otro-poderoso como poder fáctico, señalarlo como responsable de las políticas del gobierno, de las leyes que los oprimen y protestar frente a algunos de sus rostros: la CONFIEP, Yanacocha, etc. Como plantea la autora, las identidades que disputan el campo político son de corte cultural, parten desde la diferencia y tienen un carácter relacional. Es así que el Estado es reconocido como el ente que dictamina las decisiones políticas y económicas, pero habiendo sido permeado por los intereses de los lobbies empresariales. El Estado como ente dirigente es desconocido y se evidencia al poder fáctico como real antagonista. La diversidad de los jóvenes impide tipificar una conciencia clasista de corte marxista, pero permite evidenciar una amalgama de individuos que tienen objetivos comunes y antagonistas develados. De esta manera el trabajo social de auto-representación pasa por discursos políticos que indican antagonistas (el poder fáctico) y una poética que parte del imaginario propio de cada “Zona”, la cual se inscribe en el registro visual y simbólico de la performance en las calles, así como en los medios de comunicación.
Es en ese sentido que, además de las identidades que disputan el campo político en el Perú planteadas por Cánepa, es necesario incluir un proceso nuevo de construcción de otra identidad política que a partir de la derogatoria del Régimen Laboral Juvenil ha venido interceptando a las ya mencionadas (ciudadanía, clase). Para eso es necesario mencionar a las identidades políticas que la autora trabaja y que disputan el campo político en el Perú: Identidad ciudadana (migrante, invasor, capitalino tradicional), identidad de clase (campesino, burgués emergente), identidad regional (proyectos políticos regionales) e identidad étnica (indígena, minoría étnica). Para la autora estas identidades se interceptan y disputan los discursos y prácticas dentro del campo político en el Perú. De esta manera, a partir de la lucha en contra del Régimen Laboral Juvenil, se evidenció una nueva forma de organicidad política que parte desde los mecanismos que tienen los jóvenes para interactuar, surgiendo así una nueva identidad política: Una identidad política generacional.
Si bien es cierto no todos los jóvenes peruanos participaron en esta lucha, los que lograron la conquista de la derogatoria fueron básicamente jóvenes. Muchos de ellos participan en colectivos universitarios, colectivos políticos, sindicatos, partidos, etc. Sin embargo, estos jóvenes no fueron la mayoría en las calles, a pesar de que fueron los más visibles en los medios de comunicación, por lo menos al principio. Fueron los jóvenes no organizados los que fueron mayoritarios en las calles, lo cual devino en que en la primera marcha hubiese demasiada espontaneidad y no una dirección clara para marchar a algún lugar en específico, ni para hacerle frente a la represión policial. Es así que, para la segunda marcha, surgen “Las Zonas” como un mecanismo de organización territorial, para una mayor coordinación entre los jóvenes no organizados. Sin embargo, la cuestión generacional trasciende a la misma organización de “Las Zonas” y de los otros colectivos.
Identidad política generacional
La identidad generacional parte en principio por oposición al Gobierno y al Poder Fáctico, que había encerrado para una “población” específica (jóvenes de 18-24 años) el recorte de derechos laborales. Esta “población” se vio afectada y reconoció a sus antagonistas. Sin embargo, la identidad no parte sólo de la oposición, sino de la afirmación. Es así que la organización es central para entender la cuestión identitaria. Muchos jóvenes que participaron de las marchas se enteraron de las convocatorias a partir de las redes sociales y muchos marcharon con sus “Zonas” sin necesidad de participar activamente de las asambleas. Es a través de estos medios que los jóvenes participan y hacen política, sin necesidad de participar activamente de la organización de los colectivos, partidos, ni “Zonas”. Las discusiones se llevaban a cabo, muchas veces, a través de las redes, generando un proceso de identificación que luego se manifestaría en las calles. Es así que tenemos tres identidades que se interceptan en este fenómeno: identidad ciudadana (uso del espacio público), identidad de clase (auto-reconocerse como trabajadores) e identidad generacional (formas propias de interacción de la juventud).
La organización de “Las Zonas”, por lo menos en el discurso, es acéfala. Es decir, no hay una figura clara que lidere el movimiento. Las vocerías son rotativas a nivel zonal e interzonal, así como los rostros que parecen ante la prensa. Esto parte de un discurso anti-partido, mayoritario en esta organización, a pesar de que hay jóvenes de distintos partidos que la integran. La crisis de representación se manifiesta claramente en este fenómeno que son “Las Zonas”, pero el problema de la representación no pasa sólo por sus posibles “representantes”, sino por los “representados”. Como plantea el sociólogo Guillermo Rochabrún, recogiendo las ideas de Alain Touraine, el problema no sólo está en la representatividad; sino en la representabilidad. Los representados no son fácilmente representables, justamente por lo que plantea Rochabrún: no hay un carácter de clase que lo permita. Esta crisis se manifiesta en las disputas internas de “Las Zonas” y el conflicto con los otros colectivos minoritarios que son más visibles para los medios. Los jóvenes, al no tener una expresión socio-económica definida, no son representables, y, a mi juicio, al ser una colectividad tan diversa culturalmente, es casi imposible generar una identificación inmediata con un líder. Sin embargo, he ahí el reto para todos los jóvenes, no sólo para “Las Zonas”: Construir una nueva cultura política crítica a partir de la diversidad cultural y de las diferencias socio-económicas entre ellos. Una nueva cultura política que parta, como ya ha venido ocurriendo, desde la indignación. Indignación ante las políticas laborales del Gobierno, indignación por el abuso de la minera Yanacocha contra Máxima Chaupe, indignación por lo muertos tras las protestas de Pichanaki y la contaminación ambiental, etc. Indignación reactiva, aún no propositiva.
La identidad generacional que ha entrado a disputar el campo político tiene, entonces, tres características: 1) Nuevas formas de interacción y organización políticas a través de las redes que luego se manifiestan en la calles; 2) Sin representabilidad: diversidad cultural y socio-económica que impide un liderazgo “natural” o centralizado; 3) La indignación como motor de la acción política.
Como Vocero de la Zona 5, estudiante de Antropología y miembro activo de este movimiento, espero que con el tiempo, quizá “Las Zonas” u otro movimiento, podamos recoger esta experiencia reactiva y convertirla en una experiencia realmente propositiva, que transforme la cultura política en el Perú, no sólo a través del Estado; sino a través de la participación activa y permanente en el quehacer político. Sólo de esa manera venceremos. Hemos ganado un poder legítimo para empezar a proponer en la agenda pública. A construir y a disputar.
Que este sea el principio del fin del Neoliberalismo en nuestro país.